TEXTO IRREVERENTE
Por Andrés
Timoteo
EL GATO DE SCHRÖDINGER
A pesar de no ser una ciencia exacta, en la política también se
cumplen las teorías de la mecánica cuántica. El teorema se llama “El gato de
Schrödinger” -por su creador, el físico austriaco Erwin Schrödinger-: un minino
está encerrado en una caja opaca en la que también hay un dispositivo
radiactivo y una botella con veneno. Si la partícula radiactiva se disuelve en
un tiempo perentorio se activa un mecanismo que rompe el frasco y el veneno
mata al animal.
¿Se disolvió la partícula radiactiva?, ¿se rompió el pomo con
veneno?, ¿murió el gato? Nadie lo sabe, el gato está en una especie de limbo,
ni vivo ni muerto, porque las posibilidades para ambos casos son las mismas, 50
y 50 por ciento. Y no se sabrá hasta que alguien -lo externo- abra la caja y
verifique su interior. Así sucede en el caso del gobernante en turno,
Cuitláhuac García del que no se sabe si está “vivo” o “muerto” en el ánimo
presidencial.
Se metió en un brete por las mentiras contadas tras el atentado al
bar “Caballo Blanco” en Coatzacoalcos -el equivalente al encierro en una caja
con un pomo de veneno- y desde el exterior no se puede saber qué condiciones
quedó en la querencia del tabasqueño. No hay certeza si le soltaron el veneno o
si se salvó de este entuerto - el más grave de varios-. Está en un limbo y lo
que queda es la especulación mientras no se abra la esa caja opaca que son los
entresijos del poder.
Ayer López Obrador estuvo de gira en la región totonaca de la
entidad. Al menos en el evento de Atzalan no hubo ninguna mención de su parte
para el veracruzano. No lo aludió ni mucho menos lo piropeó. Fuentes cercanas a
la presidencia aseguran que el tabasqueño se ha negado a tomarle siquiera el
teléfono desde el miércoles cuando lo embarcó con una engañifa sobre el
atentado al bar “Caballo Blanco”.
Todo trato con él de da a través de terceros, principalmente
Alejandro Gertz Manero de la Fiscalía General de la República (FGR) y Alfonso
Durazo de la Secretaría de Seguridad Publica. Esto explicaría porque García
Jiménez en su breve intervención en un evento de salud agradeció “el apoyo dado
a Veracruz sobre la ‘situación’ que se presentó en Coatzacoalcos”. Además, se
congratuló que la FGR haya atraído el caso -como si no fuera obligación de esa dependencia
por las características del mismo-.
Lo hizo ahí porque no ha tenido la oportunidad de ser atendido ni
personalmente ni a través de la telefonía por el mandamás de la “Cuarta
Transformación”. ¿Lo tiene ‘congelado’? Es la especulación pues García Jiménez
está como el gato de Schrödinger.
FUERON LOS DROGADICTOS
Al caso Coatzacoalcos, López Obrador le dedicó cinco minutos de
los 40 de su discurso en Atzalan. No hubo condolencia ni pésame para las
víctimas y sus familiares. Tampoco una condena puntual al atentado y a sus
autores. El tema lo trató con justificaciones: que le preocupa la seguridad,
que todas las mañanas se ocupa de conocer su reporte y que tiene su atención
permanente que no delega en otros.
Que los hechos se dieron porque son una de las “herencias más
negativas” del pasado y, además -lo escandaloso- que los perpetradores del
ataque no habrían sido los capos del narcotráfico montados en esquemas de
complicidad con la política y funcionarios públicos, sino “gente
desquiciada”. Ya en la conferencia ‘mañanera’ en la Ciudad de México
había aventurad una suerte de exculpación a la delincuencia organizada.
Afirmó que “los crímenes horrendos como el de Coatzacoalcos tiene
que ver no sólo con un comportamiento delictivo, sino con los desquiciados por
las drogas. Por lo general es gente drogada, son jóvenes drogados”. Es
decir, los capos del narcotráfico no estarían atrás de la masacre de
Coatzacoalcos, sino que fueron los “jóvenes drogados”. Ellos son los culpables,
no los capos ni los carteles del narcotráfico.
¿Qué tanto ha comprometido el presidente a los criminales que los
exonera a priori de la peor masacre que ha ocurrido en su gobierno? Es
indicador de que en realidad está dispuesto a negociar con ellos y darles
amnistía, como lo reveló hace días la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez.
Su discurso se presta a todo tipo de especulación.
CORTAR O NO CORTAR
En Europa no es raro la disolución de gobiernos cuando hay crisis
severas. Algunos caen por las llamadas mociones de censura y otros por la
renuncia voluntaria ante no poder asegurar la gobernabilidad. Lo común es que
se recurra a elecciones inmediatas como una forma de consultar al pueblo para
que éste ponga solución a la crisis eligiendo a otros representantes. Tal es el
juego en las llamadas “democracias modernas”.
En México, el tema de la renuncia o destitución de un gobernante
sigue como tabú por la vieja ortodoxia priista que acostumbró a creer que
presidentes y gobernadores son intocables. Ahora, ante la enorme crisis de
gobernabilidad y violencia en Veracruz, la más álgida en el incipiente régimen,
no solo los analistas locales exponen la necesidad de un ajuste en el gabinete
estatal -correr a los secretarios de Gobierno y Seguridad- y remover al propio
Cuitláhuac García, sino también los nacionales abordan el tema.
La metáfora más fuerte, pero no menos real, la hizo el periodista
Raymundo Riva Palacio quien comparó al mandatario estatal con “un pie
gangrenado que si no se corta matará todo el cuerpo” ¿Se puede remover a
Cuitláhuac García? Sí ¿Hay mecanismos jurídicos para ello? Sí. ¿Se quiere
removerlo? Los veracruzanos sí, los políticos no. Si es retirado de la
gubernatura antes de diciembre del 2020 se obligaría a elecciones
extraordinarias que perdería rotundamente Morena.
Pero si lo deja es casi seguro que también pierdan los comicios
del 2021 porque García agrandará el desastre. Para la oposición, si lo sacan
perderán al mejor aliado para derrocar al morenismo porque un Cuitláhuac García
es garantía del voto de castigo para el partido marrón. De ahí que ni a los
políticos aliados ni a los opositores les conviene que el ‘pie gangrenado’ sea
amputado, aunque en tal diagnostico el morenismo lleva las de perder porque
pudrirá a toda la “Cuarta Transformación” en Veracruz si no lo extirpan. Es el
dilema del gato de Schrödinger, ¿o no?
*Envoyé depuis Paris, France.
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