Elecciones Castigadas
ALMA GRANDE
Por Ángel Álvaro Peña
Las
campañas del 4 de junio deben ser diferentes a las anteriores para que las
elecciones sean distintas y entonces pueda confirmarse la democracia en los
resultados y en los triunfadores en las urnas.
Pero las campañas inician igual que siempre:
descalificando al contrincante como si se tratara de un enemigo a vencer hasta
la muerte.
Así,
en esta panorámica, los
programas de gobierno brillan por su ausencia y nadie sabe si el candidato tiene
un proyecto, los está elaborando durante su campaña, o simplemente lo inventará
a última hora.
Aquí,
las leyes electorales deben ser más rígidas y evitar que los candidatos
descalifiquen al contrincante, pero, sobre todo, que, para ser abanderados a un
puesto de elección popular, cuente, de manera indispensable, con un programa de
gobierno.
Con
qué calidad moral un funcionario púbico puede exigir a los proveedores del
gobierno una licitación para una obra si ellos mismos improvisan la creación de
obras sobre la marcha.
Es
decir, si el candidato a una presidencia municipal, o una sindicatura no cuenta
con un proyecto a desarrollar las funciones por las que compite, pues entonces
no tiene derecho a competir.
No
se puede que se evalúe la viabilidad del proyecto como tal, pero que se realice
un programa de gobierno que sea congruente con la realidad del territorio que
se gobernará.
Si
hubiera programa de gobiernos como exigencia para concursar por un puesto de
elección popular se terminarían las descalificaciones de los contrincantes de
los demás partidos.
En
este momento hay personajes que están en boca de sus contrincantes como si se
tratara de un exorcismo. Tal es el caso del líder nacional de Morena, quien
bien podría dejar de aparecer en público y sus contrincantes seguirían hablando
de él, de sus de defectos y virtudes reales e imaginarias.
En
cambio, con un programa de
gobierno como condición esencial para concursar por un puesto de elección
popular, el candidato se dedicaría a defender su proyecto y no a denostar a
quien considera que pude ganar en las urnas y dejarlo en la banca.
Las
leyes electorales parecieran tener partidos favorecidos y desfavorecidos. No
hay, en este momento, un solo consejero electoral que no tenga nexos con algún
partido político. Esta parcialidad en el juego democrático del país echa por la
borda diferentes intenciones de fortalecer nuestro sistema político; sin
embrago, poco puede avanzarse con el lastre de quienes debiendo ser
imparciales, muestran simpatías por un partido político sistemáticamente.
Estos
son los lastres que impiden que la democracia en México se consolide y es la
razón fundamental para que la población acuda en masa a las urnas. Porque vemos
que el número de abstencionistas crece sin importar si se trata de elecciones
presidenciales o intermedias. Simplemente los electores se alejan de las urnas,
pero este alejamiento exige de una lectura, porque el silencio y la pasividad
es también una postura en un país donde hasta la abstención tiene su razón de ser.
El
silencio es también una expresión que debe ser interpretada, no es sólo
ausencia de palabras sino un indicador de que las cosas como están no están
bien.
Ante
esta perspectiva, el 4 de
junio debe haber una actitud nueva en los candidatos, en los partidos, en las
autoridades electorales y en los electores, de otra manera, los liderazgos,
producto del triunfo electoral, carecerán de legitimidad.
A
unas horas de iniciar las campañas electorales el discurso de los candidatos
carece de programa de gobierno y se satura de descalificaciones para sus
contrincantes, en una falta de respeto total, no sólo contra sus competidores
sino contra la inteligencia de los electores.
Así,
desde una panorámica suficientemente clara para la población, son los
candidatos quienes enrarecen el clima y tergiversan una realidad que debe ser
conocida por todos desde antes del inicio de las tareas de proselitismo.
Es
decir, la información
veraz sobre la vida y milagros de los candidatos debe ser patrimonio de la
sociedad mexicana, de tal suerte que ningún candidato pueda inventar virtudes o
defectos que sólo surgen de la necesidad descalificar al contrincante días
antes de las elecciones.
Hay
partidos políticos que intentan esconder los defectos de sus funcionarios
públicos, otros que encubren a sus ex gobernadores y a sus funcionarios
públicos en activo.
Si
hubiera justicia para los delincuentes de cuello blanco, el voto de castigo no
existiría. Porque ese tipo de sufragio es precisamente el que se emite en
nombre de una justicia que no existe ni en lo político, ni en lo legislativo ni
en lo judicial. No hay castigo para los políticos corruptos en el ámbito penal,
pero si lo hay en lo electoral. Ese voto de castigo tergiversa la voluntad
popular y lo convierte en sanción, pero no en esperanza. Lo usa como juicio,
pero no como proyecto. Esto extravía la intención democrática de las elecciones
y las convierte en una especie de comparecencia de los delincuentes y sus
partidos ante un ministerio público capaz de votar contra el partido y sus
militantes que no fueron castigados.
Así,
toda región, área, estado, municipio, bien puede convertirse en botín político
si estas condiciones no se regulan con una norma sana e imparcial. Los espacios
electorales son montos de dinero que se destinan a unos cuantos. Cómo no pensar
en que existan los botines políticos si vemos que hay cientos de funcionarios
corruptos sin castigo.
Habrá
partidos para los que se necesite ser más valientes para concursar por un
puesto, otros en los que se participe con la certeza de que no ganarán y otros
más con la confianza de que ganarán. Pero los triunfos electorales no
deben ser pronósticos o quinielas, sino una respuesta espontánea y consciente
de la sociedad.
A
unas horas de que las campañas inicien oficialmente con miras a la
transformación de tres gubernaturas y los 212 municipios de Veracruz, pareciera
que no hay cambios en la manera de convocar al voto por parte de la autoridad
electoral, esto es muy grave, porque una vez conocidos los resultados de los comicios,
el INE tendrá que realizar cambios, pero los hará de acuerdo con un nuevo mapa
electoral, político y partidista, lo cual se convierte en un verdadero peligro
para la democracia y en una ventaja para los partidos y candidatos que los
consejeros electorales consideren pertinentes favorecer. Porque el peligro para
México no son los candidatos que puedan ganar sino la falta de imparcialidad
con la que los resultados electorales se cuenten y la forma en que se den a
conocer… Esta columna se publica los lunes,
miércoles y viernes.
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y comentarios, escríbenos a:
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