La deserción como espectáculo
ALMA
GRANDE
Por
Ángel Álvaro Peña
El PRD parece decirles a sus senadores: de aquí nadie los corre y
allá nadie los extraña. Cada renuncia de un senador al PRD es un golpe
mediático contra ese partido.
No con ello el PRD deja de ser un partido político ni mucho
menos una fuerza importante en el país.
El desgaste mediático contra cualquier partido cuyos
legisladores le den la espalda a sus siglas es fuerte y repercute en las
simpatías del momento como en las reacciones del electorado en las urnas.
Es por ello que el acto de deserción a un partido político de
parte de los legisladores es bien cotizado. Los legisladores del PRD que
desertan hoy, se saben candidatos a puestos de elección popular el día de mañana
a través de Morena.
Al salir un legislador de un partido, este partido reacciona por
lo regular de manera inmediata, y, por lo tanto, visceral, mostrando la derrota
sobre un hecho que es aislado. Es decir, no pueden desertar más legisladores de
sus filas más allá del número de integrantes.
Por eso la deserción se hace a cuenta gotas, uno por
uno, anotando un cañonazo mediático contra el partido que los llevó a vivir del
presupuesto. Todo esto en la víspera de las elecciones presidenciales y en
medio de una guerra electoral adelantada que empieza a librarse en los medios.
El efecto en los medios de información de la deserción de algún
legislador es una noticia que puede tener repercusiones, análisis y cometarios
hasta una semana después. Hay información política que se desvanece en el
momento mismo en el que se da a conocer.
De esta manera, la salida del PRD del coordinador de su bancada
en el Senado, creó expectativas superiores a la de cualquier otra deserción.
Miguel Barbosa se deslindó de su partido, de inmediato la cúpula
perredista, lo destituyó como coordinador de la bancada en el Senado; sin
embargo, la mayoría de los senadores de su partido remitió un escrito a la mesa
directiva del Senado, que encabeza por Pablo Escudero, en la que lo ratifican como
su coordinador y demandan no atender las peticiones en contra, derivadas de la
resolución del CEN perredista de destituirlo, ya que ello atenta contra la
autonomía del grupo parlamentario.
Las presiones contra Barbosa no vienen de los senadores que aglutinan
ese grupo, algunos de ellos desertores también del PRD, sino del gobierno
capitalino que considera que la salida de los legisladores perredistas afecta
la candidatura del actual jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel
Mancera, hacia la Presidencia de la República.
El PRD es mucho más que su labor política en la ciudad de México,
cuenta con gubernaturas, presidencias municipales y espacios que se han
convertido en bastiones que difícilmente serán cedidos a otros partidos.
Tenemos el ejemplo, en la propia ciudad de México, de la
delegación Iztapalapa, cuya población tiene un gran arraigo con el PRD. De
hecho, se habla de que para poder arrebatarle la delegación a ese partido sería
necesario dividirla en dos o tres partes.
Así sucede con municipios en el interior del país, donde el PRD,
es una fortaleza política con raíces profundas en la sociedad.
La deserción de los legisladores, cualquiera que sea su signo y
siglas, es un suceso que de tanto repetirse en estos días, terminará por
volverse intrascendente. Desertar habla de la inconsistencia ideológica de
quienes son calificados de traidores; otros, aseguran que quien traicionó la
ideología del partido, fue su cúpula, desde el momento mismo en que se unieron
a la firma del pacto por México.
El pacto por México, en sí mismo, fue un buen intento de unidad,
lo que hizo después el gobierno federal con esa unidad fue diferente.
La traición es sólo de quienes abandonan las filas de un partido
al que no les interesa transformar, en caso de que sea su directriz lo que les
molesta. En este caso no es el supuesto rumbo equivocado de la cúpula
partidista, sino el protagonismo de los legisladores que ve en cada una de sus
salidas la posibilidad de garantizar un puesto en la estructura del partido al
que favorecen con su deserción.
Esta vez sólo debieron renunciar de palabra, nadie mostró un
documento donde dejara de pertenecer al PRD, Miguel Barbosa o los senadores que
le antecedieron a salirse de ese partido nunca mostraron documento alguno. El
discurso es breve y fácil. Deslindarse del partido que los llevó al triunfo
electoral y, posteriormente, decir que apoyan a Morena, en lo general y a
Andrés Manuel López Obrador en lo personal.
Ellos siguen siendo senadores, con las mismas prerrogativas de
siempre, con los beneficios que su puesto les otorga y con la impunidad que el
fuero les confiere.
Los senadores, desertores o no, son parte del cuerpo legislativo
que pareciera estar dentro de un proceso de renovación permanente y muy ocupado
en su sustitución de cuadros. Se va uno a la campaña, lo sustituye otro que
puede hacer lo mismo, y la tarea legislativa se asemeja a la de un lento
caminar que a veces no concreta su objetivo original, que es el de dar a México
certeza en las leyes y leyes a la certeza.
Los legisladores cuando desertan de las filas del partido al que
pertenecen no tienen nada que perder. No corren riesgo alguno, es una posición
muy cómoda, hacen más alboroto las cúpulas de sus partidos para justificar su
salida que ellos mismos en regresar algunas veces a sus filas.
Algunos se van y la cúpula les ofrece dejar las puertas
abiertas; otros, se van y la propia dirigencia de su partido tienen un lastre
menos en su interior.
Se deserta como parte del juego político que las leyes electorales
permiten. El árbitro de las votaciones se limita a legislar sobre el suceder de
la jornada electoral, pero no prevé condiciones de los partidos políticos que
con el pretexto de que son asuntos internos de su organización impiden que se
legisle al respecto, desestabilizando equilibrios políticos que se formaron en
las urnas, a través de la voluntad popular.
Es decir, el
legislador y el partido político que lo postuló son inseparables a la hora de
votar por ellos, pero si una de esas partes se separa, el equilibrio creado por
la voluntad popular depositada en la persona y la organización política se
rompe.
Para los senadores desertores esta acción representa su
continuidad dentro del presupuesto y la permanencia de los reflectores de los
medios en su persona. Los mexicanos vemos en las deserciones un espectáculo que
no debería repetirse tan continuamente. Habla de la inconsistencia de los
políticos y de la fragilidad de nuestro endeble sistema de partidos… Esta columna se publica los lunes, miércoles y
viernes.
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