Flores, amor y Covid
La monotonía existe como un estado anímico que termina por hacernos perder la esperanza. Por eso los científicos pelean la batalla en el descubrimiento de una vacuna para salvar del marasmo a una sociedad en el infortunio.
Tu madre cultivaba su pequeño jardín. No es ciencia que
las plantas se den pródigamente en Tuxpan. La naturaleza siempre es generosa
con los trópicos. Ella sembraba rosas, tulipanes, geranios…Tenía una hermosa
bugambilia sobre la pared que separaba la casa vecina. Las mañanas eran el rito
de regar la tierra y sus frutos. Con sus manos Leopolda escarbaba en el espacio
donde aun cabía una gardenia. “Polita” era distinta a su madre, tu abuela
Natividad: ella te enseñó a matar mazacuatas, víboras que aparecían por el
patio común donde la familia materna compartía los caimitos, el zapote domingo,
los mangos, los guayabos y las risas y los pleitos infantiles de sobrinos,
nietos y tíos.

“Y no descansaré, hasta ver convertido a
Tuxpan en un Nueva York chiquito!”
Te acuerdas en estos días de encierro por una pandemia que en realidad
son la oportunidad para recordar lo que somos, lo que queremos, lo que
construimos a lo largo del tiempo. Y descartar aquello que ya no deseamos.
Recuerdas a tu madre porque estás en Tuxpan justo frente a lo que fue una casa
de adobe, madera y teja en la calle de Bravo número cinco, donde naciste. Hoy
la casa no les pertenece. De hecho, toda la manzana está repartida en casas
particulares y departamentos. Todo se fue perdiendo con el tiempo. Tu padre
vendió su dote para irse a la capital, huyendo de la política que lo único que
le dejó fueron desgracias. A punto estuvieron de matarlo…
El jardín de “Polita” se secó. Te acuerdas de cuando una vez la vecina
de enfrente, la Chata Pulido, entró a destruir las rosas amarillas porque tú,
niño, le habías echo una grosería para ella imperdonable. Travieso sí que eras.
Tu madre fue incapaz de reclamarle y tú, en ese preciso momento pensabas “¿por
qué se deja, por qué no se defiende; porqué permite que profanen las flores que
tanto esfuerzo le costó que germinarán?”. La Chata ya murió, piensas cuando ves
que lo que era su casa tiene un anunció: “Se vende”. Se había quedado viuda y
sola. Pero también recuerdas que tu padre y tu madre ya no viven en este mundo.

Hubiera bastado con respetar la
arquitectura vernácula de Tuxpan…
Estás aquí porque vas a rentar la
casa que adquiriste hace años como una forma de retornar a tu tierra. Todavía
queda en tu mente aquel instante irrepetible pero inolvidable donde subes con
tus padres al autobús de la Flecha Roja que te llevará a la Ciudad de México
cuando apenas eras un niño que cursaba la primaria Miguel Lerdo de Tejada,
siempre soñando con cazar tordos y subirte a los árboles de guayaba, cuidándote
de los gusanos que, decía tu madre, “te pega una calentura que es mejor que no
te pique”. Corriendo porque tu abuela te perseguía con una rama de chicote para
darte una zurra por la última de tus travesuras. “Pero ya bajarás del ciruelo y
entonces verás, chamaco cabrón…” Doña “Nati” era un pan pero canija a la hora
de enmendar a sus nietos: hoy sería políticamente incorrecta.
Habías llegado de la capital apenas esa mañana del 23 de marzo. Fuiste a que
chapearan el jardín, a poner guapa la casa para dejar a los inquilinos un
espacio reluciente y confortable. Ibas con el tiempo exacto para regresar al
día siguiente porque ya sabías de las noticias del coronavirus que azota a la
humanidad en tiempos donde nadie sabía nada de lo que llamaban SARS–COV–2 o
Covid–19. Te ibas a dar la encerrona de tu vida. No sabías que ibas a durar 100
días de confinamiento junto con tu amigo, su gato Bombón y tu perra, Biga. No
sabías lo que les esperaba, pero entendías que la vida nadie la tiene como un
regalo donde no pasen cosas imprevisibles, esas que modifican la conducta
humana debido a sucesos inesperados. De modo que rentaste el jardín con tu casa
de la colonia Enrique Rodríguez Cano. Lo que era casa de campo de fin de semana
se convirtió en un problema a la larga y tenías que hacerlo así, o el deterioro
de un espacio que no se usa termina por destruirse. Pero también, porque el
dinero te hace falta.

Tuxpan: La naturaleza siempre generosa
con los trópicos
No alcanzabas a vislumbrar la tormenta emocional que se
avecinaba. Ya se hablaba en enero de la pandemia pero desde China y Europa. El
eco era un ruido noticioso, lejos aun de alterarte los nervios, y tu cabeza
empieza a elucubrar qué pasaría si contraes ese virus que dicen –como un
prejuicio–, fueron los perros, el murciélago o el pangolín –que comen los
chinos en su dieta alimenticia–, lo que desató la crisis sanitaria. O peor,
cuando se especula que fue una invención científica china contra Occidente para
acabar con la economía del mundo y hacer de China la nación que dominará al
planeta. La venta de dólares, euros y bienes materiales empezaron a subir por
un insignificante bicho que no mide más de 0,8 micras de diámetro. Tiempo de
comprar oro, centenarios o propiedades como oferta de temporada. La crisis
económica será una de las más brutales a nivel mundial, advierten los expertos.
Pensabas
aquello cuando encaminaste tu auto a la carretera, rumbo a la Ciudad de México…
II
Nueva York es
una ciudad donde el arte y la arquitectura son referencia insoslayable de la
historia cultural contemporánea. Si París es asumida como la más hermosa del
siglo XIX, Nueva York es del XX, y aun hay debate porque Berlín, Brasilia,
Nueva Delhi, Tokio, Dubai o la Ciudad de México, una, sea considerada “la
Ciudad del siglo XXI”. (Decidirlo es un asunto multicultural). Ir a
Nueva York es un sueño que no todos alcanzamos. Tú presumes de conocerla a
fondo pero sobre todo de tener amigos entrañables como la corresponsal
del Tadz, Dorothea Hahn, a quien cada rato le preguntas cómo vive la
pandemia en la considerada capital del mundo. “Me cuido, cariño, no te
preocupes”, te escribe.
Hay una anécdota que tu padre
contaba cuando eras apenas un niño: un presidente municipal de Tuxpan, al ganar
las elecciones juraba ante sus votantes: “¡y no descansaré, hasta haber
convertido a Tuxpan, en un Nueva York chiquito!”. Chico resultó el sueño
ante la realidad inalcanzable. Mejor hubiera sido respetar la arquitectura
vernácula de esas casas tan similares a las existentes en Tlacotalpan, y con
eso hubiera bastado para que el puerto tuviera un turismo más culto y menos
chelero en sus playas. Con respeto arquitectónico y la apertura del
prehispánico Tabuco –y la leyenda del barco Granma, que salió el 25 de
noviembre de 1956 del río Pantepec para llegar a Cuba, y que Fidel Castro
lograra su revolución, en 1959 –, bastaría para tener una ciudad con
gastronomía en pescados y mariscos de primera. No, aun no tenemos un presidente
municipal a la altura de la historia de Tuxpan, cuando el interés industrial y
turístico arrancó con la nueva autopista.
Recordabas aquello mirando las redes
sociales porque de repente viste a una de tus sobrinas que anunciaba en una
foto su primer viaje a Nueva York, como si fuera una historia de amor. Lo era.
Ella, Berenice Guillén, bailando en las escaleras donde se filmó Joker,
la película que actúa el magistral Joaquin Phoenix. Ella y Él –Erick Bock–,
juntos y abrazados, en la punta del edificio One World Trade Center, de más de
500 metros de altura, el sexto en el mundo por su estatura. Era un 11 de marzo.
Acababan de llegar, y aunque conocían el peligro del Covid–19, el turismo es de
los más afectados en aquella ciudad. Apenas arrancaba a perfilarse la Sana
Distancia en la Ciudad de México y los tapabocas –o barbijos–, y las
caretas de plástico como de astronauta nadie las aprendía a usar, empezando por
el presidente Andrés Manuel López Obrador, renuente a usar cubrebocas hasta el
día de hoy.
Te preocupó el paseo de tu sobrina y
su novio porque habías leído que Nueva York estaba entre las ciudades con más
alto índice de contagios por el coronavirus y las medidas de seguridad no las
habían implementado oportunamente. Habías visto por televisión una imágenes
escabrosas de la saturación de un hospital neoyorkino donde ya no había forma
de atender a más pacientes de Covid. No tardaste ni una semana en saber que
efectivamente se comprobó que ella y él estaban contagiados. Después de
regresar el 17 de marzo, ya venían con el germen del bicho…
Cuarentena con 14 días de incubación.
La llegada de la fiebre (10 días); 23 días más lidiando con la enfermedad:
dolor de cabeza intenso, cuerpo mallugado, nausea, vómito, garganta destrozada,
pecho y espalda resquebrajados, agotamiento excesivo, ausencia de olfato y
gusto. El que diga que es una invención no tiene idea de lo que dice. La
angustia de padres, hermanos y sobrinos y tíos empezó como un rumor en la
familia y entre los amigos más cercanos. Pero es férrea la entereza de la
pareja. Separados de los hijos resistieron y pasaron de positivo a negativo.
¡La libraron! Guardaron en secrecía lo que vivían y apenas unos cuantos
cercanos supieron de esos días en desasosiego. Eso es una historia de amor en
tiempos del Covid.
A la noticia de enfermos tan cercanos
y queridos se juntaron la de los amigos. No era fácil creer lo que estaba
pasando. Evidentemente la información empezó a fluir a cuentagotas.
III
Se organizaron para las compras de despensa y el aprendizaje de guisados o la
limpieza de la casa, frente a los quehaceres propios de gente dedicada a la
cultura. Leer, pintar, escribir, pensar…entre tonterías y hallazgos sobre el
futuro. El mundo entero en la misma situación que ustedes. Nunca el ser humano
había vivido un momento así, como el reloj del tiempo que marca que la
existencia del ser no es un juego externo, no está en la calle y sus
diversiones, sino en el principio del conocimiento de uno para saber
exactamente lo que va a hacer con su vida. Asunto sencillo eso de saber de y
sobre uno. No de los demás. El aprendizaje de la vida consiste en el cómo y
para qué. Es alta traición si dejas la honestidad individual para los demás.
Si eres joven, o en plena madurez, no importa. Es lo mismo el oficio
del quehacer intelectual. Básico para un campesino que ara la tierra o un
escritor que escribe, no que hace que escribe. El campesino no se equivoca
porque tiene que comer. Un autor de libros sin libros pues es una mentira
farragosa. Por ahí empiezan las pedradas del aprender a construir tu soledad en
relación a tus intereses personales. Se aburre quien no tiene quehacer. Los
humanos venimos a construir. Y si no, a destruir y destruirnos. Ningún filósofo
griego se equivocó. Este tiempo de pandemia nos alcanzó en el pensar. María
Zambrano decía que ningún crepúsculo es el mismo. Los días y sus noches son
distintos. Así uno y su humor. Los alcohólicos anónimos manejan el 24 horas
para dejar de beber. Es igual en la vida. La monotonía existe como un estado
anímico que termina por hacernos perder la esperanza. Por eso los científicos
pelean la batalla en el descubrimiento de una vacuna para salvar del marasmo a
una sociedad en el infortunio. Se nace y se muere una vez. Pero igualmente se
vive una vez. Esta pandemia es una oportunidad para cambiar al mundo, y nuestro
mundo. Individuo por individuo.
Pensabas todo esto mirando el techo de tu recámara
cuando te diste cuenta lo tarde que era y no te quedó de otra que ir a comprar
las tortillas para comer. Afuera, la calle vacía; los comercios, cerrados,
apenas uno que otro auto. La Ciudad de México de la que Salvador Novo describe
en Nueva Grandeza Mexicana es de un silencio sepulcral.
El silencio que reclama tu mente te taladra al
pensar tanta tontería….

Se lo cuentas rápido
a un amigo por teléfono:
–Biga se puso de repente malita. No quería comer y
tenía problemas para orinar. La llevé al veterinario y dijeron que tenía una
infección. Se reanimó unos días pero regresó a los mismos malestares. La llevé
con un especialista. Le hizo un ultrasonido. Le detectaron un tumor. Para no
hacértela larga le hicieron rápido análisis de sangre y el domingo 21 de junio
la estaban operando. Tres horas después llaman para decirme que el tumor había
invadido intestino, vejiga y bazo. Conmoción.
Decides sin pensarlo
mucho: déjenla dormida…
Que lo cuentes rápido no quiere decir que no
sientas. Quiere decir que prefieres pasar el amor de tu perrita por el lado
oscuro del pensamiento, ahí donde la memoria no olvida. Mejor eso que llorar un
rato y dejarla perdida en el recuerdo. Porque jamás podrás omitir que fue en
tiempos del covid que Biga pasó a las galaxias. Guardas sus cosas y las
regalas. Mientes: conservas su cadenita con su nombre y la cuerda con la que la
llevabas a pasear: igual hiciste con Bolillo que murió en tus brazos hace dos
años. ¿Te acuerdas? Unos perritos que siempre llevaste a Tuxpan, donde se
sofocaban del calorón pero disfrutaban los paseos a la playa o las caminatas
por el malecón. Biga empujaba a Bolillo –era ciego–, para correr en la arena de
la playa. La memoria importa. Biga y Bolillo son un alma en tu alma. Jamás
podrán dejarte. Lo sabes.
Decides también
desprenderte de paso de las plantas de tu casa porque das en bola que muchas de
esas hermosas acompañantes habían sido connivencia con personas que ya se
fueron: tu madre, tu amiga Esther Seligson, la mamá de Karla, María Eugenia
Pinzón, Alejandro Reza… Bajas tus colores verdes al primer piso del edificio y
las ofreces a los vecinos. Te desprendes de esa manera de la nostalgia, tus
muertos, la tristeza. No puedes con ello. Prefieres de tajo quedarte con cero
fallecidos. Hoy que muere tanta gente es mejor limpiar el hogar que te
acompañará los siguientes años, contigo y con tu amigo. Nadie más. Bueno,
sí, Bombon, que empezó a contemplar con ojos aviesos el espacio libre que le
faltaba para saltar y hacer travesuras.
Quieres una
nueva vida. Quieres un cambio de conducta de ti mismo. Quieres dejar de ser
melodramático. Quieres empezar a respirar sin las ataduras del pasado. Si no es
ahora, cuándo.
V
Llevas ya casi
107 días de confinamiento cuando sabes que tu amiga Adriana Malvido vivió uno
de los peores sucesos que puede vivir un ser humano: robo a mano armada en su
propia casa. Ella lo contó en El universal en tiempos del Covid:
ella, su esposo Miguel y su hija Mónica fueron maniatados en su espacio de
Cuernavaca, en Morelos, considerada una de las peores ciudades en materia de
seguridad. Menos de 30 minutos para hacerlos sentir unas cucarachas, con la
bota de sus asesinos. Menos de 30 minutos para que los azuzaran con llevarse a
su hija si no les decían donde estaba el “oro”. Sí señores y señoras: el “oro”.
La economía, de espanto. Pero se salvaron…
Y uno preocupado por el virus, bicho, coronavirus, SARS, Covid o como
usted le llame. A estas alturas lo único que sabemos es que la calle, la
sociedad está sometida a las peores infamias de gente violenta sin que las
autoridades puedan controlar la situación. La pandemia será obra colectiva.
Pero la solución de la violencia está en manos del gobierno. Nadie merece vivir
en la angustia de robos, secuestros, violaciones… Nadie. Y más vale que
salgamos fortalecidos de esta pandemia para intentar comportamientos sociales
cívicos de todas, de todos y de todes –como ahora dicen las nuevas reglas de
perspectiva de género o respeto a la diversidad sexual.
Relax. Lo único importante es el bienestar personal. Pero para que sea
eso, bienestar personal, debemos preocuparnos por el bienestar social. Exigir
justicia, libertad, equidad. No callar. El que calla, omite.
Ustedes, ¿cómo han vivido estos días vulnerables? El
periodista quiso un testimonio personal, sincero, sin guardarse sentimientos y
frustraciones. Para qué. No tiene sentido en estos tiempos donde el contagio
amenaza a la humanidad. Octavio Paz tiene un poema que dice “adonde yo soy
tú somos nosotros”. Es hora de abrir las puertas de lo que ha sido la intimidad
porque, ¿sabe una cosa?, está siendo casi igual para todos, salvo para los
ciegos o egoístas que no se van a ir de este mundo…
Días de encierro donde el periodista buscó lecturas en su biblioteca:
la obra de grandes escritores lo salvaría de la ignorancia.
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