Corrupción Impune, Es
Corrupción Que Crece
ALMA GRANDE
Por Ángel Álvaro Peña
Castigar a un ateo con prohibirle la entrada a una iglesia no es
castigo. Así hicieron con la sanción al exdirector de Pemex, Emilio
Lozoya Austin, a quien se le comprobaron varios delitos y, en medio de la lucha
contra la corrupción su sentencia se convierte en una especie de invitación a
seguir delinquiendo, porque cuando la corrupción se ha extendido es porque
alcanza a diferentes segmentos de la sociedad, por ejemplo a la iniciativa
privada.
La responsabilidad de Lozoya Austin no es ninguna sorpresa, los
medios lo habían señalado como uno de los más evidentes saqueadores de Pemex,
la empresa más importante del país. Aquí lo sorprendente fue la suavidad de la
pena y la fragilidad de la ley en tiempos de combatir la corrupción.
Esta sanción pareciera medir el apoyo de la población ante una
condena suave, como si exhibirlo fuera suficiente castigo. Y a un delincuente
de cuello blanco lo que menos lo importa es la opinión de la población, si le
importara no actuaría ilícitamente.
Si este es uno de varios castigos para Lozoya Austin, debieron
dejarlo de postre, es decir, al final de una condena en la que terminaría la
vida en la cárcel, y todavía le faltarían años. Pero, al colocar este castigo
como aviso para que se fugue o como advertencia para que se ampare, resulta por
demás ingenuo y poco serio.
Esta sanción hace perder la congruencia al gobierno federal ante
la determinación de erradicar la corrupción, porque cuando hay una penalidad
leve para cualquier delito se está convocando a seguir adelante en los
ilícitos, dentro y fuera de la administración pública.
Aunque también es ejemplo a seguir de otros funcionarios públicos
que pueden pensar que si Lozoya robó tanto ellos pueden robar menos y estar
inhabilitado es lo de menos.
Anunciar una sanción administrativa antes de dar a conocer el
resultado de investigaciones penales, acusa miedo. Si hay una carpeta de la
Fiscalía General de la República, acerca de los sobornos que pagó la
empresa brasileña Odebrecht en México. Tres de sus ex directivos declararon
ante la justicia de Brasil que entregaron 10.5 millones de dólares Lozoya
primero, mientras coordinaba los asuntos internacionales de la campaña de Peña
Nieto, y luego, al frente de Pemex.
Para transformar escuchando a la población debe atenderse su
sentir, y si buena parte de los votos en favor de Morena se debieron al
hartazgo de la corrupción, esa corrupción debe ser castigada. Porque
inhabilitar a un priista para que no trabaje en la administración pública es
simplemente una caricia comparada con la pena que en realidad le corresponde.
Nadie, en su sano juicio, podría invitar a colaborar en el gobierno presente o
del futuro, a Lozoya. Él tampoco tiene necesidad de trabajar para vivir, lo que
se adjudicó en sobornos y otros desvíos le hacen despreciar cualquier oferta de
trabajo.
Luego de una campaña llena de anuncios contra la corrupción, un
castigo leve a los corruptos desencanta a la población que quiere ver en la
cárcel a más de uno de los funcionarios públicos del pasado, sin importar su
nivel político ni el grado de oportunidad. Desde el presidente de la República
hasta un Ministerio Público que le sea comprobado un acto ilícito debería ser
castigado de manera ejemplar.
Debieron, incluso, endurecer las leyes que castiguen la corrupción
y luego actuar en consecuencia, pero la corrupción ahora pareciera un delito
menos, luego de que dejaron las arcas del país vacías.
Es por ello que la gente quiere que se encarcele a los corruptos
porque ese fue el trato con la actual administración. En un pacto que debió
advertirse, incluso adivinarse, desde el inicio de la campaña de López Obrador
en busca del voto.
El castigo a un corrupto del viejo régimen se convierte en una
especie de sanción para niños. Ni siquiera hubo amonestación verbal, ni mucho
menos una multa, porque a uno de sus colaboradores se le impuso una
inhabilitación de 15 años y un pago de 620 millones de pesos.
La población exige un castigo ejemplar, pero también que regresen
lo que se robaron, hasta el último peso; sin embargo, pareciera que el gran
premio de un ladrón es quedarse con el botín completo.
Hay más nombres de corruptos, no sólo en Pemex, en toda la
administración pública. Si la sanción es la exhibición de las personas, que dé
a conocer las listas en todas las actividades donde se utilizó el dinero de los
mexicanos en beneficio propio; sin embargo, nadie da nombres como si se les
protegiera, como si hubiera una oscura complicidad con quienes debieron castigar.
A pesar de la tibieza de la sanción, la Secretaría de la Función
Pública ofrece una amplia explicación a la opinión pública como si tuviera la
obligación de justiciar acciones producto de investigaciones comprobadas. La
SFP señaló que la inhabilitación por 10 años al exdirector de Pemex fue
resultado de un “cuidadoso procedimiento” de responsabilidades administrativas,
en donde, entre otras cosas, se detectó que este servidor proporcionó
información falsa en la declaración de su situación patrimonial y en dos
ocasiones se omitió una cuenta bancaria que registraba saldos de cientos de
miles de pesos.
Sin embargo, en un acto de cinismo, Emilio Lozoya Austin
anunció que impugnará ante el Tribunal Administrativo la resolución
de la Secretaría de la Función Pública de inhabilitarlo por 10
años como servidor público.
Es urgente que haya castigo para los corruptos, con sanciones que
no les vuelvan a quedar ganas de cometer otro delito en el futuro. Es tiempo de
dar nombres y de actuar penalmente. La gente espera, pero la paciencia tiene
límites. PEGA Y CORRE.- Los
cambios caminan, aunque no tan rápido como uno quisiera. Ahora, fue liberado el
indígena Juan Pérez Álvarez, que se encontraba en huelga de hambre en el penal
de Comitán, después de permanecer 16 años en prisión sin haber cometido un solo
delito. Es integrante de la organización Viniketik en resistencia… Esta columna se publica los lunes,
miércoles y viernes.
Dudas y comentarios:
angelalvarop@hotmail.com
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