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Julio Azuara, el Señor de los Perros

Por Francisco Vargas Perales

Conocí a Julio Azuara Cobos cuando  éramos estudiantes  en la Escuela Secundaria y de Bachilleres “Prof. Manuel C. Tello”.  Era la década de los sesenta.  Julio   era menor que yo, pero como  compañeros de la escuela nos brindábamos el saludo.  Era un chamaco avispado, estudioso.  Era cuando el Rocanrol mexicano se escuchaba, los jóvenes también escuchábamos a los Beatles que empezaban a dejar atrás a Elvis Presley, el Rey del Rock,cuando James Dean protagonizó la película “Rebelde Sin Causa”, un film que todos los jóvenes vimos – no me queda duda -  y todos queríamos imitar a ese artista del cine americano que vistió en esa película  una chamarra negra, que todos los imberbes  queríamos portar una igual, además de su reluciente copete.  Tiempos de pasadas glorias, decimos los ahora viejos.

Quién en este puerto no vio pasar  hasta hace algunos años por las calles del centro de la ciudad a Julio Azuara “El Buki”, como le decíamos afectuosamente en la secundaria.  Hasta hace pocos años caminaba “El Buki” llevando tras él no menos de media docena de perros que lo seguían fielmente  y algún otro can  que se le agregaba; no sé por qué pero era característico verlo pasar así, con sus perros, con sus pasos parsimoniosos, y un costal lleno de papeles y algún otro desperdicio que recogía hurgando en los tambos de basura colocados por  la ciudad.   “El Buki” siempre meditabundo,  silencioso,  pantalón raído, camisa sucia y pasado de peso, cargaba  a cuestas sus  más de 60 años de vida. 

Con motivo del Día del Abuelo que se celebra en México este 28 de agosto, quise visitar  la Casa Hogar para Ancianos “La Divina Providencia”, instalada por la calle Galeana de este puerto, llegue a la hora que creí conveniente para no molestar a los abuelos que ahí están pasando su senectud.

Me dio gusto que la  señorita encargada de este Albergue de ancianos me llevara a conocer a cada uno de ellos,  son trece.  Y ahí me encontré a Julio Azuara Cobos “El Buki", me dio gusto verlo, bañado, bien vestido y reposando en un sillón.  Lo saludé, ¡hola Buki!, al escuchar nombrar su apodo de estudiante levantó la cara lentamente  y me vio, me reconoció,  ¡hola Vargas!, me dijo. Inicié así la plática con mi antiguo compañero y amigo de juventud que me dijo que tiene 65 años de edad.

Sí tengo familia, me dijo Julio, “mi hermano Saúl es contador y él es el que me trajo aquí,  ya tengo como tres años en esta estancia, recuerdo que estudie mi primaria en la escuela “Regina Núñez” y en la Escuela “Enrique C. Rebsámen”, la secundaria la empecé en la “Manuel C. Tello” y la terminé en una escuela nocturna”.

Picado por mi curiosidad le pregunté si lo visitaban amigos, conocidos de su barrio o escuela, a lo que me contestó “en una ocasión llegó por aquí, no sé si a visitarme o vendría a ver alguna otra persona, el poeta José Luis Rivas, que me vio y me saludó, se acordó de mí, fuimos condiscípulos  en la primaria “Enrique C. Rebásamen”,  también en otra ocasión me vino a saludar el exlíder petrolero de la Barra Norte Javier Silva Arias,   nos conocimos  en la “Manuel C. Tello”, igual ha venido a verme un ingeniero amigo de mi hermano Saúl, se llama Rubén Arguelles”.

“El Buki”, animado por mi visita inesperada, me relató que su papá fue un conocido abarrotero llamado Julio Azuara García, ya fallecido, y su madrecita se llamó Victoria Cobos Amador,  también fallecida, quienes por cierto,  me dice, preparaban unas tortas de cueritos en vinagre con queso, muy sabrosas.  Recuerda que él vivió y creció por la calle Lerdo con Ocampo de la zona centro de la ciudad “ahi mi padre tenía una propiedad, ahí pasamos la inundación de 1955, era yo un niño”.

Julio Azuara, precisamente muy joven, en su domicilio sufrió una caída que hizo que lo operaran de la cabeza, desde entonces dejó los estudios y se dedicó a deambular  por la ciudad.  Ya como a la edad de 60 años se le veía pasar por las calles con perros que lo seguían pacientemente, mientras Julio buscaba en los depósitos de basura, comida o algo para poder llenar la bolsa que cargaba. 

Ahora “El Buki” está en esta casa hogar de ancianos  sentado, descansando, con la mirada fija hacia el portón de entrada como esperando que alguien lo visite. ¿Y los perros “Buki”? – Le pregunté – “no sé, se fueron, a lo mejor se cansaron de esperarme”.  Por las calles de la ciudad ya no vemos más al señor de los perros,  ya descansa en la casa hogar de los ancianos.


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