El día que Alemania atacó a México en la Segunda Guerra Mundial
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El 13 de mayo de 1942, un submarino
nazi hundió al buque petrolero Potrero del Llano; México elevó una
queja y en respuesta Alemania atacó a otro barco petrolero, el Faja de
Oro.
Publicado Gaceta UNAM /Rafael
López
Fecha: Mayo
12, 2020
La noche del 13 de mayo de 1942,
el buque petrolero Potrero del Llano, de bandera mexicana, fue blanco de un
ataque desde un submarino nazi mientras navegaba frente a las costas de
Florida. El fuego alemán logró su objetivo; el buque se hundió en las
profundidades marinas y se reportaron las lamentables bajas de cinco marinos.
Al día siguiente, la noticia
estremeció al país. Los periódicos capitalinos y regionales recogieron con
puntual atención el hecho que cambiaría la aparente neutralidad de México en el
escenario de la II guerra mundial.
El gobierno mexicano, encabezado por
el general Manuel Ávila Camacho, reaccionó de inmediato. Envió una enérgica
protesta a las naciones del Eje (Berlín-Roma-Tokio) a través de la diplomacia
sueca, pues semanas antes había roto relaciones con esos países. El ultimátum
exigía que se reparara la agresión y de no hacerlo, se tomarían las acciones
pertinentes. El plazo fue el 21 de ese mismo mayo.
Pronto los apoyos de diversos
segmentos sociales se manifestaron en demanda de una declaración de guerra. La
izquierda oficial, en voz de Vicente Lombardo Toledano, argumentó que el país
no podía mantenerse al margen de la lucha armada. Esa posición fue secundada
por sindicatos, partidos políticos, líderes camerales y secretarios de Estado.
Otro punto de vista lo sostenía un “el pueblo no organizado”, compuesto por un
amplio sector de la clase media, grupos campesinos, en concreto sinarquistas,
que veían reflejada su posición en las páginas de los diarios de mayor
influencia: Excélsior y El Universal a los que se les atribuía filias pronazis.
Un antecedente del episodio fue el
ataque de la Armada Imperial Japonesa a Pearl Harbor, base naval del Ejército
de Estados Unidos el 7 de diciembre de 1941. Dos días después México suspendió
relaciones diplomáticas con Japón y el siguiente 11 de diciembre hizo lo mismo
con los gobiernos de Italia y Alemania. Desde entonces, el gobierno mexicano se
vio presionado por Estados Unidos que se preparaba para la defensa del flanco
poniente de su territorio y veía que el territorio mexicano era susceptible de
anidar la quinta columna nazi-fascista.
Los sucesos se desencadenaron: el 10
de diciembre Ávila Camacho acuerda la creación de la Región Militar del
Pacífico, bajo un único mando las zonas militares y navales ubicadas en el
litoral mexicano del Océano Pacífico.
Otra vertiente del acuerdo
presidencial fue el nombramiento del expresidente Lázaro Cárdenas como
comandante de dicha Región Militar, quien desde el primer momento actuó en
defensa de la soberanía nacional, poniendo diques a los intentos
estadounidenses por ocupar el territorio mexicano.
Para corroborar la posición del
Estado mexicano, el presidente Ávila Camacho dirige un mensaje a la nación
donde expone los cambios de la política exterior, dada la coyuntura
internacional: “la contribución mexicana se daría en el terreno económico; la
batalla en el frente de la producción”. Ese 1942 fue declarado El Año del
Esfuerzo.
Desde marzo de 1942 los nazis habían
advertido a las embarcaciones de bandera mexicana que cesaran el envío de
petróleo mexicano a Estados Unidos, bajo la falsa premisa de que México era
neutral. Además, los buques que utilizaba México para comerciar petróleo habían
sido incautados a los alemanes una vez iniciadas las hostilidades.
Así que con el hundimiento del Potero
del Llano aparecía una situación inédita en el equilibro de las fuerzas
políticas y sociales, tanto en el interior del país como hacia el plano
internacional. Por un lado, se advertía la presión estadounidense para buscar
aliados en su proyecto armado e, internamente, una opinión pública que mostraba
serias reservas a involucrarse en la aventura bélica.
Como ejemplo de esa situación, baste
citar lo que se conoce como la primera encuesta aplicada en México por el
semanario Tiempo del novelista Martín Luis Guzmán que arrojó el siguiente
resultado: 40% deseaba la guerra, mientras que 59.3 se oponía. La población
mostraba un marcado espíritu antiestadounidense y susceptible de aceptar
rumores en el sentido de que si se declaraba la guerra habría leva.
La respuesta al ultimátum mexicano
que tenía como plazo el 21 de mayo, fue otro ataque submarino. Esta vez se
trató del Faja de Oro, buque petrolero que corrió la misma suerte que el
anterior.
Blanca Torres en su estudio México en
la segunda guerra mundial asegura que “Ese día se supo que Adolfo Hitler se
había rehusado a recibir la nota de protesta; los gobiernos italiano y japonés
ni siquiera habían contestado”. El 22 del mismo mes llegó un cable de las
agencias estadounidenses a los diarios capitalinos confirmando el ataque al
Faja de Oro 48 horas antes.
Por la tarde se reunió el presidente
con su gabinete, continúa Torres, para discutir la posición que debería asumir
el país. La postura presidencial era en favor de declarar la guerra. “A las
diez de la noche se dio a conocer la decisión: se pedía a la Comisión
Permanente que citara a sesiones extraordinarias al congreso de la Unión para
que dicte las leyes correspondientes que faculten al Primer Magistrado de la
Nación para hacer la declaratoria de que existe un estado de guerra de México
con los países del Eje…”.
Desde luego que el país no estaba en
condiciones de hacer efectivo el rompimiento de hostilidades, tanto por carecer
de material bélico ad hoc como por la falta de respaldo de la población. En esa
coyuntura, fue necesario mover las fichas del ajedrez político: en primer
término, con una vigorosa campaña en busca del apoyo de los mexicanos.
Las organizaciones sociales, tanto
oficiales como independientes (el sindicato petrolero, afiliado a la CTM, y el
Partido Comunista de México, por citar dos agrupaciones), emprendieron tareas
de agitación social cuyo punto culminante fue el 24 de mayo en que se llevaron
a cabo las honras fúnebres de Rodolfo Chacón, maquinista del Potrero del Llano.
José Luis Ortiz Garza, en su libro
México en guerra describe el hecho, mismo que califica como “uno de los actos
de propaganda más interesantes que se hayan tenido en México”:
“Era domingo. Desde las ocho de la
mañana habían estado congregándose en el zócalo representantes de las
organizaciones obreras y campesinas. A las 9:27, a hombros de sus compañeros
sobrevivientes, llegó el ataúd de Chacón […] En el balcón central del Palacio
Nacional, vestidos de riguroso luto, presidían el duelo el presidente Manuel
Ávila Camacho, su esposa y varios ministros del gabinete. Una corneta anunció
toque de silencio. Se explicó que se pasaría lista de presente a los muertos
del Potrero del Llano y del Faja de 0ro. Se inclinaron miles de cabezas en señal
de respeto…”.
La declaración de guerra se hizo la
noche del 1 de junio. En perspectiva histórica fue una declaración sui géneris,
en la que como señala Torres, se “caracterizaba a la guerra como una guerra
total, en la que el ejército mexicano sería dedicado a la defensa del
territorio nacional. A la población le pedía su esfuerzo de acuerdo con los
recursos y la actividad de cada uno para llevar adelante la gran ‘batalla de la
producción’.
No obstante, el gobierno vio
fructificar sus esfuerzos durante esa coyuntura mundial para ganar una batalla
diplomática que mantuvo al país fuera de las pretensiones estadounidenses y de
los horrores de la guerra. Respecto de la participación mexicana en el frente
de batalla, ésta le correspondió al Escuadrón 201, 300 hombres que entraron en
combate casi tres años después, en marzo de 1945.
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